Al día siguiente de enterarme de la muerte de Dave Brubeck, tuve ganas de escribir un post interminable.
Un impulso proporcional al deseo de la inmortalidad:
Que ciertos genios de la música no nos dejen nunca.
Lavarme al alma prevaleció a la despedida cordial, al homenaje sentido de un fanático del jazz a este pianista inmenso.
Me puse a escuchar «Time Out» (1959), «Gone with the wind» (1959), «We’re all together again for the first time» (1973) , «Blue Rondo» (1986), «Love Songs»; y tomé conciencia del incomparable monstruo que en los campos del blues, del jazz, de las baladas y de la música popular de cualquier procedencia no tenía límites ni parangón.
Brillante, cubista, moderno, nítido, sensible, cristalino, preciso, dueño de una técnica y un groove espeluznantes.
Encontré una canción que vence la tristeza de la partida y el desasosiego de la finitud de nuestros pobres corazones, y hoy, en este tembladeral esperanzado en el que tanto trabajo cuesta poder tenerse en pié, va este «iluminado» maravilloso, como el mejor de los recuerdos y homenaje a un creador de emociones y de músicas que vivirán por siempre.
Un dúo único con su compañero Paul Desmond, a quien tanto extrañó y con quien hoy estarán haciendo nacer música entre las estrellas:

(grabado en vivo en el Teatro Olimpia de París un 26 de octubre de 1972)
(del álbum «We’re All Together Again For The First Time»)