Por el agujero
de la cerradura
en la puerta de la casa
de la señorita Penélope,
veo salir el humillo de lo que ella cocina,
torta de naranja y zanahoria, imagino
y por un instante, con los ojos en blanco, trato de pensar
en las manos de la señorita Penélope.
Sin embargo, de pronto percibo un penetrante olor a quemado,
imagino lo peor, yo debería, no sé, tal vez,
golpearle la puerta, pero ella,
no me conoce,
ni yo a ella.
El primer perfume
era todo promesa,
inquietud con esperanza,
incertidumbre
Del segundo puedo decir
-si un segundo pudiera merecer algun comentario-
Que demolieron la casa donde nací,
una mansión decimonónica
bastante destartalada,
pero mía,
frente a un parque,
que conozco de memoria.
Algunos perros que lo frecuentaban
ya han muerto,
otros se mudaron
a otro planeta,
incluso una gallina negra
visitante asidua nocturna
de lo que podríamos denominar: periferia,
ya no recuerda mi nombre.
Pero la señorita Penélope
todavía cocina esas tortas deliciosas
para que yo no me pierda.
El texto pertenece a Marisco.
Las esculturas a Teresa Cortez, de la exposición «Pessoa, o Barrio e o Barro», realizada el día 19 de enero, en la Rua Coelho da Rocha 16, Lisboa.